La Lic. Marcela Mendicino, facilitadora del curso “Dislexia, disgrafía y discalculia. De la detección a la adecuación curricular”, nos explica el modo en que esta patología afecta el aprendizaje y la autoestima de niñas, niños y adolescentes.
Apatía, falta de concentración, desinterés, malhumor, agresividad, introspección y fatiga, son algunas de las señales que manifiestan las niñas, niños y adolescentes con dislexia, que los adultos debemos detectar a tiempo a fin de poder abordarlas de manera adecuada.
La Sociedad Internacional de Dislexia la define como un trastorno específico del aprendizaje de tipo neurológico. Se caracteriza por la dificultad para reconocer palabras en forma precisa y fluida y por deficiencias en la habilidad para deletrear y descifrar. Por lo general, estas habilidades provienen de la deficiencia en el componente fonológico del lenguaje pero no se relacionan con destrezas de tipo cognitivo. Es decir que afecta a la lectoescritura pero no está vinculado a la capacidad de adquirir conocimientos; los niños y las niñas con dislexia pueden ser muy inteligentes, pero aprenden de una manera diferente.
Marcela Mendicino, psicopedagoga y facilitadora del curso “Dislexia, de la teoría al aula”, nos explica que “si bien estamos frente un trastorno del neurodesarrollo que, con distintas manifestaciones, acompañará al sujeto a lo largo de su vida, esto no lo define. El cerebro es un órgano social en el que se amalgaman biología y cultura. La forma en que se desarrolla depende de la interrelación entre su conformación genética y las experiencias a las que se ve expuesto.” Y aquí radica la importancia de la detección temprana de la dislexia y su posterior abordaje.
La dislexia y las emociones
Los niños y las niñas con dislexia, al acceder a la educación primaria, encuentran que su ritmo de aprendizaje es distinto al de sus compañeros, que su forma de integrar la información escrita es ineficiente, que le requiere mucho esfuerzo y más tiempo. Todo ello afecta su autoestima, hace que se desvaloricen y se sientan poco reconocidos por adultos y pares. “Suelen ser tildados de inmaduros, irresponsables, apáticos o de vagos por sus compañeros, padres y educadores, así como incapaces y nulos para sí mismos. Sienten que reciben notas, correcciones y castigos que no condicen con su esfuerzo y capacidad. Es aquí donde aparecen los primeros signos de malestar emocional, los cuales muchas veces no son detectados a tiempo por el entorno y desencadenan en verdaderas crisis emocionales.”, advierte Marcela.
Sin embargo tener dislexia no siempre resulta negativo, justamente por su modo diferente de acceder y procesar la información, las personas que la padecen tienen características que muchas veces los ponen en ventaja. Ellos poseen mucha creatividad e imaginación, son intuitivos y curiosos y al pensar utilizando imágenes pueden llegar a solucionar problemas con mucha velocidad.
Responsabilidades compartidas
Al tratarse de un trastorno del aprendizaje, el docente tiene un papel fundamental no sólo desde el punto de vista de la detección de la dislexia sino de la derivación y la elaboración de las adecuaciones curriculares pertinentes. “Es necesario plantear métodos, soportes y evaluaciones diferentes, sin que se vea afectada la currícula. Por suerte en la actualidad contamos con muchos recursos tecnológicos que facilitan la tarea.”, asegura Marcela.
En este proceso de acompañamiento también es esencial que la familia se involucre, que conozca de qué se trata la dislexia, sus alcances, las grandes posibilidades y limitaciones que tienen los niños y las niñas que la padecen. El papel de contención y de apoyo afectivo es esencial para favorecer la seguridad y mejorar el autoconcepto. “Además los padres deberán encontrar el equilibrio entre la sobreprotección (al intentar que no se encuentre con frustraciones) y la independencia, en un sistema educativo muchas veces masificante.” advierte Marcela.
Por último la psicopedagoga interpela a los profesionales e insiste en la necesidad de la formación en esta problemática. “Existe el temor de poner ‘etiquetas´ o ‘rótulos’. Creo que es imposible pensar que una evaluación, diagnóstico y tratamiento psicopedagógico desde las neurociencias sea una estigmatización. Justamente hablamos de un cerebro plástico, no rígido ni determinante. Implica más bien conocer esa singularidad para abordarlo de una manera adecuada.”